Por: Mónica López
Hace cinco años comencé a adentrarme en el mundo del periodismo y la fotografía. Al inicio, aunque me sentía orgullosa de lo que hacía tuve bastantes errores de los que he aprendido.
Cuando entré a ese mundo, mi hermana, la razón por la que acabe involucrada, me contó una de las anécdotas que le había contado una de sus profesoras en clase. Pero más allá de la anécdota me quedé con algo que les dijo: «cuando dejes de tener nervios, es el momento de dejarlo». La idea venía, porque la profesora contaba los nervios que sintió cuando entrevistó a Serrat y que de alguna manera siempre que hacía una entrevista sentía nervios.
Y aunque han pasado cinco años desde que comenzamos y que disimulamos esos nervios, cada día que vamos a hacer una nueva entrevista regresa el nerviosismo. Porque además de admirar a los músicos que entrevistamos, en cada plática aprendemos de ellos, de la música que hacen y de todo lo que ellos han vivido. Y porque queremos dar lo mejor de nosotros y que tanto los entrevistados como sus seguidores disfruten de esas conversaciones.
De igual manera, todavía siento nervios al estar a punto de entrar a las vallas de un escenario y hacer lo posible por aprovechar al máximo esas tres canciones que te dan para hacer las fotografías del concierto y conseguir una que transmita la energía del músico.
Me encanta, por eso, escuchar cuando uno de los músicos que entrevistamos cuenta que aún siente nervios al momento de subirse a un escenario, porque me da la sensación de que, a pesar de tener 10 o 20 años de carrera, sigue disfrutando el subirse a un escenario, cantar sus canciones y ver al público corear sus canciones.
A veces los nervios deben seguir ahí en cada cosa que hacemos, porque son el resultado de la emoción de hacer lo que a uno le gusta, la emoción de vivir algo único que seguirá cada día con nosotros. Cuando hagas algo y ya no sientas esa emoción, esos nervios, es momento de recordar porque eso te emocionaba y te hacía feliz, o quizá sea el momento de dejarlo.